A LA MANERA DE ANTÍGONA


       por Ana María Careaga para el
ENCUENTRO DE MUJERES DE LA OTRA CAMPAÑA
                                                                                   
“Todo, todo hay en ellos: dolor, odio, persecución,   
 vergüenza, ignominia y desdén (…)!
Y ahora… ¡que hay un decreto nuevo del
gobernante que por la ciudad entera
se propala! ¿Has tenido noticia, has oído  rumores? O, ¿eres acaso la única a quien se le escapan los males que vienen tramando los enemigos contra los seres que amamos?
Antígona, Sófocles.
   
Como corolario de diversas expresiones de lucha se instituyó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Más allá de las diferentes acciones que se recuerden, conmemoren y reivindiquen, vinculadas a esa fecha, lo cierto es que desde el punto de vista simbólico, la instauración de un día consagrado a ellas nos convoca a reflexionar sobre la materialización que esa jornada tiene en distintas prácticas históricas en nuestro país, en las que la mujer cumplió un rol destacado.
Pensar esa perspectiva vinculada a los derechos humanos nos remite frecuentemente, si de la historia reciente se trata, a la lucha por la Memoria, la Verdad y la Justicia. En ese plano, el rol femenino fue preponderante en los años de la última Dictadura y posteriores, estrechamente ligado al carácter de la represión y directamente proporcional a ella. Es desde ese recorte que abordaré algunas reflexiones.

Antecedentes

El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, si bien significó una continuidad en relación a sucesivas alternancias de gobiernos militares y democracias formales, también constituyó una ruptura en relación a la modalidad represiva y a las tremendas consecuencias para el país y sus habitantes, respecto de las variables políticas, económicas, sociales y culturales.
Así, el golpe significó una persistencia en la represión que se venía aplicando desde grupos paramilitares y parapoliciales amparados desde el Estado y a la vez vino a sistematizar y generalizar el secuestro y el crimen como herramienta de control social.
Más de 500 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio se constituyeron en el soporte material de ese accionar que no tuvo límites a la hora de secuestrar, torturar y asesinar a los militantes desaparecidos, sometiéndolos al cautiverio en condiciones extremas de desamparo y vulnerabilidad y despojándolos de todo rasgo humano.
Esa experiencia, en un contexto histórico de golpes en toda la región, que instaló gobiernos dictatoriales en el cono sur de América Latina, amparados por los Estados Unidos, tuvo como objetivo la reorganización social para crear las condiciones de implementación de modelos económicos neoliberales que propiciarían una acelerada concentración de la riqueza en manos de muy pocos y en desmedro de la inmensa mayoría de la población.
Pero, a pesar del logro respecto de los objetivos inmediatos del poder y su profundización y consolidación durante el menemismo en el caso de la Argentina, semejante vulneración de los derechos económicos, sociales y culturales no podía sino generar una modalidad de resistencia que habría de ser inédita también respecto de su magnitud e importancia y en la cual la mujer habría de tener un rol sobresaliente.

Las Madres de Plaza de Mayo

En el plano de las violaciones a los derechos humanos, a la vida y a la dignidad de las personas, el Terrorismo de Estado instaló prácticas represivas que no tienen precedentes en nuestro país y a cuyos agentes de aplicación se los entrenó para ello bajo la instrucción y la metodología de la Escuela de las Américas, con sede en Panamá.
Así, durante los años de plomo, la Argentina se hizo tristemente célebre con la figura de la desaparición forzada de personas. Miles de ellas fueron secuestradas de sus hogares, en horas de la madrugada, encapuchadas y engrilladas, llevadas a lugares de detención clandestinos, y desaparecidas. Sus familiares, ante esta situación y luego del recorrido “de rutina” en pos del paradero de sus seres queridos, comenzaron a idear nuevos recursos frente a una situación que los sumía en la mayor incertidumbre y angustia.
Fueron las mujeres, madres, a las que se les había arrancado parte de su ser, las que salieron al ruedo en busca de sus hijos, inaugurando una novedosa lucha en el reclamo por su aparición que habría de recorrer ejemplarmente el mundo, dejando sus casas y sus ocupaciones, a las que no habrían de retornar más. Se trataría de una lucha permanente e imprescriptible como la desaparición misma, que habría de dejar una huella indeleble en la historia de nuestro país, de la región y también a nivel internacional.
Antes de instalada la desaparición en forma generalizada y cuya cifra estimada en treinta mil es también directamente proporcional a la importancia de la resistencia impulsada, fueron también mujeres, madres, las que asistieron y acompañaron a los presos políticos que poblaban las cárceles argentinas.
Asimismo, el grado de perversión ilimitado de los desaparecedores, que además de erigirse en dueños de la vida y de la muerte de sus víctimas habrían de apropiarse de sus hijos, robándoles la historia y la identidad, duplicaría la búsqueda de esas madres que clamaban por el paradero de sus hijos extendiéndola a su condición de abuelas que aspiraban también a recuperar a los hijos de sus hijos, sus nietos.
Estas mujeres consideraron que frente a la pérdida más primaria, no tenían nada que perder y fue desde ese lugar que le dieron dimensión a su lucha.
Respecto de esta iniciativa, ellas explican que era la propia condición femenina la que podía protegerlas de correr la misma suerte que sus hijos y eran ellas las que intentaban preservar a sus compañeros convirtiéndose en vanguardia y líderes de ese reclamo, salvaguardando a su vez a sus otros familiares.
Sin embargo, aquellas mujeres, estigmatizadas por los personeros de la muerte como las locas de Plaza de Mayo, tampoco habrían de ser un límite en el procedimiento del terror. Tres de sus fundadoras fueron secuestradas, desaparecidas y asesinadas siguiendo los métodos más crueles e impensados que la dictadura de la muerte habría de idear para acabar con los valores más nobles de nuestra sociedad, así como antes otras madres, de presos políticos, también habían sido secuestradas.

Memoria, Verdad y Justicia

En el homenaje que estas páginas constituyen de hecho a la lucha histórica de las mujeres, queremos destacar la de muchas otras. Madres, abuelas, militantes, estudiantes, trabajadoras, profesionales, activistas que contribuyeron con su compromiso y entrega a generar las condiciones para que aquellos reclamos históricos en la lucha por la Memoria y la Verdad abrieran paso al camino de la Justicia.
De la tarea de investigación sobre los hechos ocurridos durante el accionar terrorista del Estado surge la persecución y la vulneración a la que fueron sometidas muchas mujeres por su condición de tales. Hoy, en los estrados judiciales, esos relatos dolorosos, que ofenden la condición humana, surgen a la luz, en un postergado acto de justicia que es profundamente traumático para las víctimas y la sociedad en su conjunto.  
Muchas veces se ha reflexionado sobre esta característica tan particular que adquirió la lucha por los derechos humanos en la Argentina. Cabe subrayar que en el despliegue y formas que fue alcanzando la represión del Terrorismo de Estado, la mujer cumplió un rol destacado y singular.
Ellas contribuyen hoy a la reconstrucción de un relato que nos habla de nuestra propia historia, y que recubre con esos testimonios una porción funesta de la tragedia argentina. Las maternidades clandestinas, instaladas en los campos de concentración como antesala de la pérdida de identidad de esos niños apropiados, muestra el paradigma de la privación contra esas mujeres militantes cautivas: su propia maternidad. Maternidad que luego se cercenaría en sus propias madres ante la falta de sus hijas e hijos, para siempre.
Se podría hablar entonces en términos de una lucha fecunda, de mujeres que reasignaron un lugar innovador a ese accionar, en relación al establecido para ellas desde una perspectiva social y cultural.
Si el discurso del amo, encarnado en este caso por el Dictador, representa un discurso único que enmascara la Verdad, las Madres devienen en fuerza reveladora de ésta, en el mismo momento en que la enarbolan como reclamo, aún si esa verdad es del orden de lo indecible.
Si planteada en términos psicoanalíticos, la incompletud, la división estructural del sujeto, es aquello que lo impulsa, podría pensarse a este impulso visceral inicial de estas mujeres, desde esa división desgarradora de su condición de madres vulnerada, como paridas entonces por esos hijos que las ilusionaron completas que, en una paradoja conmovedora, como ellas mismas señalan, las engendraron colectivamente para siempre. Generando así otra posición en la cultura. Aquí se encarna así, paradigmáticamente en lo real, la búsqueda incesante del objeto desaparecido.
Ese reclamo original que inaugura una vuelta en un círculo sin fin alrededor de la Pirámide de la Plaza de Mayo expresa una metáfora de su propia determinación de continuar la lucha por y de sus hijos.
En el marco de una represión feroz, que alcanzó a hombres, mujeres y niños; muchos de ellos hijos de una generación identificada con un proceso de cambio en un contexto histórico regional de luchas emancipatorias, comprometidos en una  práctica solidaria en pos de la equidad y en beneficio de los sectores más necesitados, las mujeres testimonian vivencias en muchos casos atravesadas por su condición de tales.
La vulneración de sus derechos, las vejaciones a las que fueron sometidas, las agresiones de las que fueron víctimas, y también sus luchas destacadas, nos convocan a una profunda reflexión acerca del papel que ellas tuvieron como tales en nuestra historia reciente.
Tal como en la tragedia de Antígona estas mujeres que no pudieron sepultar a sus hijos, fieles a aquellos Dioses, honran con su legado esa memoria. Sí, las locas, si “locura es perseguir los imposibles”*.

*Sófocles, Las siete tragedias, Antígona, Editorial Porrúa, México, 1996.