EL MODELO K...


...prendido con alfileres y del precio de la soja.

Por Luis Lafferriere – Docente universitario de economía política

   Hablar del “Modelo K” es quizás una simplificación, si queremos referirnos a la situación de la economía argentina en la última década y comprender acerca de su funcionamiento. En realidad, se trata de la particular estructura de producción-destrucción y de distribución-concentración de la riqueza que surge en la Argentina en los últimos años de la década del ‘90, luego de la larga crisis que terminó sepultando el modelo que estaba vigente hasta mediados de los años ’70 (el denominado modelo ISI). Digo esto porque no fue el kirchnerismo quien le dio el formato al actual modelo de acumulación, sino el menemismo, que sentó las bases estructurales y jurídicas de lo que luego se consolidará con la expansión que tuvo la economía a partir del año 2003.

   Cuando hablamos de un modelo de acumulación tenemos en cuenta cuáles son los sectores económicos y sociales predominantes, cuál es la inserción de la economía nacional en el mundo, cuál es el rol jugado por el Estado, cuál es el marco jurídico, cuáles las pautas distributivas de la riqueza generada, cuál es la dinámica del funcionamiento global, etc. Y avanzado ya este siglo XXI podemos caracterizar al nuevo modelo vigente en la Argentina como neocolonial extractivista, producto y a la vez propulsor de un proceso de concentración, extranjerización, saqueo y crecientes desigualdades sociales. Modelo no sustentable en el mediano plazo y fuertemente dependiente del exterior para su crecimiento sostenido.

   Este modelo socioeconómico se apoya en una estructura muy desequilibrada en base a unos pocos sectores que sirven para apuntalar el crecimiento que tuvo el país durante casi una década: la armaduría automotriz, los agronegocios contaminantes, la megaminería a cielo abierto y la extracción voraz y desenfrenada de hidrocarburos. En todos los casos citados, lo mismo que sucede en las restantes principales ramas de la economía, los protagonistas y beneficiados centrales son las grandes corporaciones transnacionales extranjeras, que han impuesto a nuestro país su rol de periferia primario-exportadora que abastece a viejos y nuevos imperios a costa de la depredación de los bienes comunes de la naturaleza que posee en su territorio. En este marco, el Estado debe garantizar la continuidad esencial del modelo y mantener la gobernabilidad y el orden, cumpliendo además con el pago de la deuda y los subsidios a los grupos económicos.

   Este modelo de acumulación tiene (como cualquier otro) un funcionamiento cíclico, y hasta ahora pasó por varias etapas: la de su gestación dolorosa después de la demolición del modelo anterior (últimos años del menemismo), luego vino una profunda crisis que serviría para quebrar las últimas resistencias que quedaban de la ‘vieja’ Argentina (2001-2002), y a continuación la fuerte recuperación y posterior crecimiento (entre el 2003 y la actualidad). Ha mostrado una tendencia inédita a crecer sin grandes sobresaltos externos, como pocas veces ha sucedido en la Argentina. Para ello contó con una serie de condiciones internas favorables y un fuerte impulso del sector externo (en base a precios récords de los bienes primarios que exportamos).

   Se apoyó en sus comienzos en dos logros importantes: los denominados superávits gemelos (fiscal y externo). Eso significó para el país tener divisas abundantes (que alcanzaran para pagar deuda, fugar capitales y poder remitir ganancias al exterior) y para el Estado contar con ingresos suficientes (para tener un amplio superávit primario con el cual comprar divisas y abonar los intereses de esa deuda). Todo eso fue posible por el incremento sostenido y a niveles récords de los precios de los productos exportables, en especial el principal rubro exportador que representa el complejo sojero.

   Sin embargo, los ciclos en el capitalismo son inexorables, y hoy aún con precios muy elevados de nuestras commodities en el mercado mundial, se observan los síntomas claros de un agotamiento de muchos de los factores inicialmente favorables (a la acumulación y concentración de los grandes capitales). Se partió de un contexto de salarios casi pulverizados y de un enorme desempleo abierto, de rubros del gasto público que habían caído por el piso (como los sueldos y los haberes jubilatorios), de un nivel de actividad económica de depresión (y con muy bajas importaciones). Todo esto con un alto tipo de cambio (dólar caro), que a la vez de operar como barrera proteccionista constituía un aliciente a las exportaciones de casi todos los bienes transables (primarios e industriales).

   El crecimiento posterior a la crisis de principios de siglo permitió inicialmente aprovechar la elevada capacidad ociosa de la industria y los bajísimos costos laborales que implicaba el elevado proceso inflacionario. Esto sumado al alto valor del dólar potenció no sólo el crecimiento concentrado de los sectores más dinámicos y competitivos, sino el logro de altísimas ganancias para las grandes corporaciones que controlan la economía argentina. Y de la mano de ese crecimiento se produjo durante los primeros años una recuperación sostenida del empleo privado, junto a la parcial recomposición salarial de los trabajadores, aunque con grandes retrasos en el sector informal que sigue teniendo un peso significativo en el total de ocupados. Esto permitió que el consumo interno se mantuviera en niveles sostenidos, a partir de los mayores ingresos del conjunto de la población, no sólo de los sectores más beneficiados sino también de aquellos que se fueron incorporando al mercado consumidor.

   A partir del 2007 van a ir asomando problemas que muestran el gradual agotamiento de varias de las condiciones iniciales favorables. Los grupos empresariales concentrados que tienen el control de los principales mercados en la Argentina tomaron como estrategia frente a las presiones por subas salariales, subir los precios para garantizar sus enormes ganancias. El empleo privado desde entonces crece muy poco y es reemplazado por una suba del empleo público y por cientos de miles de subsidios clientelares. Comienza a sentirse la inflación, que también va a ser funcional al gobierno, ya que con una estructura impositiva regresiva que viene intacta desde la última dictadura, toda suba de precios es a la vez aumento de recaudación tributaria (aunque a costa de los que menos tienen).

   Aún así el Estado empieza a perder superávit fiscal (por los aumentos de salarios y haberes, y por los crecientes subsidios y pagos de deuda), por lo que se ve obligado año tras año a acudir a nuevas fuentes de financiamiento (incluyendo los fondos que pertenecen a los jubilados, los recursos que se apropia de las provincias, las cajas de organismos públicos, etc). A pesar de esos ‘manotazos’ (y de los reiterados anuncios oficiales del ‘desendeudamiento’) la deuda pública viene creciendo en más de diez mil millones de dólares por año desde el 2010, y es intención del gobierno aumentarla mucho más.

   Mientras los precios de la soja en el mercado mundial siguen por las alturas, han dado margen al gobierno nacional para tapar muchas de las deficiencias estructurales de este nuevo modelo de acumulación altamente desigual, que mientras garantiza superganancias a la cúpula concentrada del capital y saqueo de riquezas al exterior, ofrece sólo pan y circo para los sectores más relegados de la sociedad. Pero aún así, los problemas se han acumulado en los últimos años, y el 2012 se presenta muy complicado y con serias dificultades para continuar con el modelo intocable.
   Se agrega a eso una amenaza real del frente externo, donde la crisis de las grandes potencias puede hacer caer los precios de las commodities y derrumbar nuestras exportaciones, lo que dejaría al país sin divisas y en una situación catastrófica dada su estructura altamente dependiente del exterior; pero que también agravaría al extremo la situación financiera del Estado y afectaría la marcha global de la economía. En síntesis: un modelo prendido con alfileres y colgado del  alto precio internacional de la soja.

   Frente a este panorama, pareciera que la decisión del gobierno es aplicar un ajuste fiscal no tan severo, que permita reducir algo el gasto público y subir sus ingresos. Para ello apela a poner techo a la recuperación salarial, disminuir la transferencia de fondos a las provincias, subir tarifas a usuarios de servicios públicos, y prepararse para continuar pagando a los acreedores con el uso de las reservas del Banco Central (si fuera necesario) si el superávit fiscal no alcanza.

Pero sucede que el margen del ajuste es muy estrecho. Un 30% de la población viviendo en niveles de pobreza y otro sector significativo en condiciones muy cercanas a ella. Un 40% de la Población Económicamente Activa está desempleada o con empleos precarios e informales. Y gran parte de la sociedad sufriendo el deterioro de los servicios públicos esenciales, lo cual tiene un impacto negativo intenso (actual y a futuro) sobre la calidad de vida de la población.

   En las provincias, las dificultades comienzan a sentirse, ya que las finanzas se resienten y los ajustes se trasladan. Llegan las presiones hacia los gremios estatales para que acepten mantener el fuerte deterioro salarial, y en el caso de Entre Ríos, vuelven también los intentos de ajustar las cuentas públicas a costa del sistema previsional. Esto es, que los costos los empiecen a pagar los trabajadores y jubilados, en línea con las decisiones que se toman a nivel nacional.

   En síntesis, ‘aunque venga la crisis el modelo no se toca’. La llamada ‘sintonía fina’ y la pregonada ‘profundización del modelo’ quieren decir más de lo mismo pero con un contexto desfavorable. Los beneficiados serán siempre los mismos, y los perjudicados deberán contentarse ahora con las pocas migajas que se caigan de la mesa, luego de la depredación provocada por los poderosos.

   A los acreedores se les pagará a rajatablas. Los grupos monopólicos y oligopólicos seguirán con sus superbeneficios. Y la mayoría de los argentinos deberá ajustarse el cinturón y hacer su ‘contribución patriótica’ al imperio. Si el pueblo no  acepta esto ‘por las buenas’ el gobierno ‘nacional y popular’ está mostrando su remedio: más represión y más legislación represiva.

   Pero la sociedad argentina no es la misma de siempre. No aceptará caer a niveles de vida insostenibles y ver agravada la situación de millones, solo para continuar con un modelo que ni en la fase más favorable ha servido para solucionar los graves problemas sociales, y que a futuro lo único que promete es más exclusión y más sacrificios al grueso de la población.

   Por eso es que los conflictos (que nunca desaparecieron) se han ido haciendo cada vez más frecuentes y numerosos en todo el territorio, y los reclamos por cuestiones gremiales, sociales, ambientales, etc, reflejan los costos crecientes del modelo neocolonial extractivista, que llevarán probablemente a que la resistencia se generalice y se abran espacios de unidad que permitan pensar en construir otra economía, otra sociedad y otro futuro mejor para todos los argentinos.

13-3-2012